Lunes, 26 Diciembre 2011 20:15

ADICCIONES

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Lunes, 26 Diciembre 2011 20:06

Afilando el hacha.

Hace algunos días tuve ocasión de escuchar una historia que, por lo que enseña, me parece ideal poder compartirla.
Esa historia tiene que ver con un aprendiz de leñador. Joven y hábil aprendió muy pronto de su maestro todos los trucos y hasta pensó en poder aventajar a su instructor si en algún momento pudieran competir talando árboles del voluminoso bosque en que vivían y que, de paso, les daba de comer.
Anualmente, aquella comuna organizaba una competencia. El joven aprendiz pensó que ya era tiempo de mostrar cuánto había aprendido. Se anotó y, al final del plazo establecido, notó que su único competidor era, precisamente, su maestro.
El día de la competición se lanzó el joven con todo a vencer a su preceptor. No dudaba que vencería.
Al final, recibió la mala noticia de que su maestro, le había vencido.  De inmediato reclamó y llegó a decir que le extrañaba el resultado porque cada vez que, durante la competencia, miraba a su rival, éste descansaba.
Más sin embargo, el leñador curtido y experto que era su maestro le hizo ver lo siguiente: -Cuando me mirabas no descansaba, sino que afilaba el hacha.
Hasta aquí la historia.
Me parece un relato útil y digno de ser contado aquí porque hoy día ese detenerse y afilar el hacha parece ser algo que deberíamos hacer también nosotros y con frecuencia lo olvidamos. Acabamos cortando los árboles con instrumentos inadecuados, poco afilados y que, a la postre, hacen más difícil la tarea.
Afilar el hacha con frecuencia sería, en este aquí y ahora nuestro, por ejemplo, cuidar la propia salud con más atención y detalle de lo que hasta ahora lo hacemos.
Afilar el hacha, también, podría ser hoy cuidar la vida en familia y no desatender los deberes vinculados con las propias responsabilidades y el rol concreto que nos corresponde en el marco de nuestros seres queridos.
Afilar el hecha, obviamente, también sería atender nuestra formación permanente, lo mismo que el desarrollo de nuestras virtudes humanas en el contexto de nuestra labor profesional y del trabajo de cada día. Y, obviamente, afilar el hacha hoy también sería potenciar nuestra virtudes patrias para ser cada día ciudadanas y ciudadanos más responsables y maduros.
Imitar al maestro de la historia es, como se ve, muy útil. Lo fue en su momento para él mismo y lo puede ser también para nosotros. El tema es no apresurarnos y detenernos a menudo a afilar lo más importante que tenemos: la salud, la vida en familia, la propia formación o nuestro rol responsable de ciudadanos.
Hace algunos días tuve ocasión de escuchar una historia que, por lo que enseña, me parece ideal poder compartirla.
Esa historia tiene que ver con un aprendiz de leñador. Joven y hábil aprendió muy pronto de su maestro todos los trucos y hasta pensó en poder aventajar a su instructor si en algún momento pudieran competir talando árboles del voluminoso bosque en que vivían y que, de paso, les daba de comer.
Decía el insigne pensador Martin Luther King que “la esperanza hace libre a los pueblos; los llena de justicia; pero, ante todo, le regala una invaluable paz a nuestros espíritus”. Este pensamiento no se vuelve más oportuno que durante las épocas navideñas, pues es un tiempo en que las palabras justicia, paz, armonía y, ante todo, esperanza, recobran mayor sentido para poder enfrentar las vicisitudes existentes.
Para nadie es un secreto que los últimos años han sido verdaderos períodos de prueba para nuestro país en especial a lo que inseguridad, salud y crisis se refieren, en los que bien hemos necesitado hacer surgir, desde las raíces mismas de nuestra tierra, un renovado sentimiento de esperanza.
Pues una sociedad en donde tantos viven sumidos en la pobreza, en donde se ha presentado un progresivo deterioro de valores, en donde la falta de tolerancia e irrespeto hacia nuestros ancianos, mujeres, niños o algunos extranjeros se han vuelto pan de cada día, nos debe invitar a volver a nacer con esperanza tanto en el plano personal como comunitario.
Por eso, precisamente, debemos hacer de esta Navidad un tiempo que nos invite a abrir nuestro corazón a la esperanza, pues ella es la principal virtud que se impone sobre el desánimo y el desaliento que nos podrían provocar las complejas situaciones  actuales: esperanza de que llegaremos a ser mejores ciudadanos, mejores profesionales, hijos, hermanos, compañeros, amigos…, esperanza de que llegaremos a ser mejores humanos.
En este sentido, bien valdría que hiciéramos de esta Navidad el momento propicio para comprometernos a trabajar por nuestro prójimo y nuestra Costa Rica, con el firme propósito de que ese espíritu de confraternidad se vuelva una constante en nuestras vidas. Este requiere ser un tiempo para hacer nacer, en cada uno de nosotros, el fortalecimiento de los valores éticos y espirituales, el deseo de trascendencia, las ansias de justicia y la renovación de nuestras vidas desde el amor, el respeto, la solidaridad, la tolerancia, la empatía, la fraternidad y el bien común.
La Navidad, tal y como lo afirmaba el Beato Juan Pablo Segundo, tiene que ser “un auténtico acontecimiento espiritual que tiene lugar en el hoy de nuestras vidas”; solamente así, podremos rescatar de ella esa verdadera dimensión como escenario de reflexión y búsqueda interna y social que tanto requerimos en la actualidad.
Innegablemente nosotros podemos hacer, a pesar de estos tiempos tan complejos, que esta sea la mejor de las Navidades mediante la real conciencia de que las problemáticas que nos acechan  nos dan la oportunidad única de descubrir, en la esperanza, ese cambio positivo tan necesario en nuestra dimensión esencial y humanista. De ahí que sea sano el hacer un alto, aprovechar el conocimiento del pasado y beneficiarse del pulso del presente. Costa Rica ha sido un país fraterno y sensible, sólo hace falta canalizar esas grandes virtudes en acciones que beneficien a la mayoría.
Ojalá que esa confianza por un mundo mejor simbolizado en el nacimiento de ese gran héroe universal que fue Jesús. Ojalá que la presente Navidad nos deje, pues, la perseverancia final de confiar firmemente en que la luz que debe iluminarnos, en todo complejo camino, debe ser la del valor de la esperanza.
Hago mías para ustedes las palabras de Juan Pablo Segundo: ¡Feliz Navidad! Que la Paz de Cristo reine en sus corazones, en sus familias y en todos los pueblos.
Decía el insigne pensador Martin Luther King que “la esperanza hace libre a los pueblos; los llena de justicia; pero, ante todo, le regala una invaluable paz a nuestros espíritus”. Este pensamiento no se vuelve más oportuno que durante las épocas navideñas, pues es un tiempo en que las palabras justicia, paz, armonía y, ante todo, esperanza, recobran mayor sentido para poder enfrentar las vicisitudes existentes.

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